A finales de la década de los 80, justo antes de que la URSS colapsara como entidad, Pepsi llegó a un acuerdo con el gobierno soviético: refresco a cambio de submarinos. De la nada, Pepsi pasó a tener la sexta flota naval militar más grande del mundo. En cierto sentido, Pepsi estaba desmantelando a la Unión Soviética más rápido que cualquier otro país.
Calmando la Guerra Fría con refrescos
Para entender cómo Pepsi acabó consiguiendo tener su propia flota naval tenemos que remontarnos a finales de la década de los 50. En esa época Estados Unidos y la URSS buscaron aliviar las tensiones entre ambos titanes mediante un programa de intercambio cultural. Unas tensiones que generaban situaciones tan estrambóticas como tener sirenas de aviso sobrecogedoramente potentes. El programa consistía básicamente en que cada uno de los países realizara una exposición en el país del otro. La Unión Soviética la realizó en Nueva York, donde montaron una pequeña feria con diferentes objetos y actuaciones propias de Rusia. Por su parte, Estados Unidos se fue a Moscú a montar sus diferentes stands con ítems americanos. Había un cosas de Disney, había ordenadores de IBM y había... refrescos de Pepsi.
Que Pepsi estuviese ahí no era casualidad ni simplemente que el gobierno estadounidense escogiese a Pepsi aleatoriamente. La compañía se las había ingeniado para utilizar la exposición como una puerta de entrada en el país soviético, una estrategia a largo plazo para colocar uno de los productos más icónicos del capitalismo en la cuna del comunismo.
Como parte de la exhibición había una casa típica estadounidense repleta de productos importados de EEUU. El dirigente Nikita Khrushchev de la Unión Soviética visitó la casa donde le estaba esperando el vicepresidente estadounidense Richard Nixon. Ambos políticos estuvieron debatiendo en el que se conoce como el 'Debate de la cocina'.
Pero dejando la política un poco de lado, lo interesante de este encuentro es el plan que había detrás para que el dirigente soviético probase el refresco de cola de Pepsi. Un caluroso día de julio en el que Richard Nixon (a petición de un ejecutivo de Pepsi) condujo a Nikita Khrushchev hasta el stand de Pepsi para ofrecerle el frío refresco. La habían embotellado tanto con agua estadounidense como con agua local de suelo ruso. La foto de un máximo dirigente del comunismo bebiendo algo tan capitalista como es Pepsi dio la vuelta al mundo.
En los años posteriores Estados Unidos buscaba formas de apaciguar las tensiones con la URSS. Si a esto se le suma que Pepsi necesitaba expandirse fuera de Estados Unidos para no competir con Coca-Cola, el plan estaba claro: vender el refresco en tierras soviéticas. Aprovechando los antecedentes con Nikita Khrushchev, Pepsi consiguió con la ayuda del gobierno estadounidense negociar la venta de la bebida en la URSS. No solo eso, sino que Pepsi tuvo derechos de venta exclusivos. Sólo tenían que enviar el jarabe de la bebida a la URSS y en las fábricas montadas ahí se encargaban de meterle agua carbonatada y embotellarla. Negocio redondo.
Con qué pagar cuando nadie quiere tu moneda
Negocio redondo, o al menos eso es lo que parecía. Porque había un pequeño matiz, la URSS no tenía con qué pagarle a Pepsi por su bebida. El rublo ruso no tenía valor fuera de la URSS y nadie lo cambiaba en otra moneda extranjera, el gobierno soviético tampoco tenía dólares para pagarle en la moneda propia de Estados Unidos. Volvieron al trueque, a cambio del refresco Pepsi obtenía botellas de Stolnichnaya Vodka, teniendo los derchos exclusivos de vender este licor en Estados Unidos
El acuerdo funcionó durante unos años y todos parecían estar ganando con él. Hasta que en 1989 expiró el trato entre Pepsi y la URSS. Cada vez se vendía más Pepsi en la URSS, pero el rublo ruso seguía sin tener valor y el vodka que se ofrecía a cambio no era suficiente. Pepsi pedía más a cambio de sus refrescos y de las pocas cosas que le quedaba a una URSS en sus últimos años de vida era capital militar.
De vender refrescos a vender buques de guerra
La solución a la que llegaron el gobierno soviético y la compañía de refrescos es desde luego peculiar, una flota naval con la que saldar sus deudas y poder seguir disfrutando de la bebida en tierras comunistas. New York Times recogía la noticia en mayo de 1986. Un total de 17 submarinos de ataque obsoletos, un crucero, un destructor, una fragata y unos cuantos petroleros civiles. Pepsi no solamente pasó a tener una flota militar mayor que casi todos los países del mundo, sino que literalmente estaba desmantelando armamentísticamente a la URSS.
Pepsi no tenía mucho que hacer con esta flota naval, la única guerra que estaba librando era comercial y contra Coca-Cola. Con el paso del tiempo se fueron librando de los submarinos y el resto de la flota vendiéndola a otros gobiernos y empresas marítimas. Toda la flota tenía un valor aproximado de 3 mil millones de dólares, según Pepsi.
Las cosas se desmoronaron poco después con el declive de la URSS y su desintegración en 1991. Pepsi de repente pasó de tener sus fábricas y barcos en la URSS a tenerlo en 15 países diferentes. Ahora tenía que negociar de nuevo con cada uno de ellos y aceptar los posibles aranceles que surgiesen. Entre los esfuerzos de la compañía destaca el hecho de enviar una réplica de una lata de Pepsi gigante a la estación espacial rusa. Pero de nada valía, el capitalismo había entrado en los países del este de Europa, las exclusividades de mercado se habían acabado y Coca-Cola volvía a ser un competidor.
Vía | Atlas Obscura
Imagen | Pxhere
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La noticia Así se las ingenió Pepsi para tener la sexta mayor flota naval del mundo fue publicada originalmente en Xataka por Cristian Rus .
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