Al ser humano no le basta con ser humano y ése ha sido el secreto de nuestra especie, junto con los pulgares prensiles y el celo constante. Y es que gracias a la consciencia de nuestras limitaciones y nuestro afán por superarlas, hemos conseguido llegar al espacio, observar desde lo atómico a lo galáctico y descargar porno en cualquier punto del globo. Nuestro futuro apunta más allá, como posthumanos, pero no será que la ficción no nos ha advertido al respecto.
Si lo piensas, cualquier herramienta no es más que una prolongación de su usuario. ¿No son los prismáticos unos ojos mejorados o una grúa unos brazos más adecuados para el trabajo pesado? Pues con esta escalada hacia herramientas más complejas podrían dejar de ser extensiones para formar parte del propio usuario: bienvenidos al transhumanismo.
¡Oye! ¿Y qué es eso de transhumanismo?
Si me permites (bueno, no tienes más remedio porque esto ya está escrito, pero ya me entiendes: eres libre de saltar adelante), tendremos que repasar un poco la historia del siglo XX para entender cuándo, cómo y por qué surgió el término.
Empezamos con Julian Huxley, hermano del escritor Aldous Huxley (sí, el de 'Un mundo feliz'), primer director de la UNESCO y apologista de la eugenesia porque en su familia nadie daba puntada sin hilo. Su trayectoria personal y profesional le lleva a acuñar aquello de transhumanismo en 1957, dentro de su libro 'Nuevas botellas para nuevo vino'.
Eso sí, el término no viene de su imaginación, sino que está inspirado en una traducción de 'La Divina Comedia' de Dante de 1814, en la cual se usa al referirse de la resurrección tras la muerte.
Sea como sea, Huxley apunta que la humanidad debe trascender sus miserias gracias a la ciencia, un pensamiento adecuado dado el clima de la primera mitad del siglo XX: los constantes avances científicos han formado la idea de que la tecnología nos ayudará a superar nuestras limitaciones, incluida la propia muerte. Pero también, y esto nos vendrá que ni pintado cuando nos metamos en harina con la ficción, que podría causar desastres tremebundos como los exhibidos en ambas guerras mundiales.
La progresiva caída de tabúes y valores morales anticuados, que no vamos a explicar aquí porque bastante nos queda por delante, escala hasta que a finales de los 80, Max More, uno de los teóricos más destacados del transhumanismo y creador e impulsor del extropianismo, redefine nuestra palabrita como otra forma de progreso: en vez de esperar a que esa torpe dama llamada evolución nos recompense con algún don para adaptarnos mejor a nuestro entorno, o un sexto dedo con el buscar nuevas maneras de insultar, podemos acelerarla y provocarla.
En resumen, y tomando las palabras de Katarina Bradford en su breve historia del movimiento transhumano, el transhumanismo aboga por la ciencia en ausencia de Dios y cree en ella como catalizador de una nueva era para el ser humano.
El aviso que vino del frío
Todo esto es muy bonito. En una situación ideal, parece que sólo nos queda un futuro brillante, o al menos uno en el que, a pesar del cambio climático, podamos absorber nuestra propia orina a través de la ropa para no morir deshidratados, estilo 'Dune'.
Pero ya que mencionamos una obra con marcados tintes transhumanistas, no está de más recordar que la ficción lleva advirtiéndonos de todo lo que puede ir mal cuando se trata de posthumanos. Y lo hizo mucho antes de Julian Huxley.
Remontándose casi ciento cuarenta años a Nuevas botellas para nuevo vino tienes a 'Frankestein o el Moderno Prometeo' de Mary Shelley. En dicha novela, algunos de los principales temas transhumanistas están presentes, desde la creación del cuerpo del monstruo a partir de los mejores trozos que Víctor puede encontrar, hasta la superación de la muerte mediante un método científico aunque poco explicado.
Y de moraleja, la advertencia que Víctor hace al capitán Walton de que abandone toda ambición, un mensaje que se repetirá constantemente en sucesivas ficciones que traten el tema.
La edad de oro... de las señales de advertencia
Desde los años 30 y gracias al nacimiento de la edad de oro de la ciencia ficción, las historias que especulan sobre el uso de la tecnología se disparan y, con ellas, el aviso sobre los peligros respecto a la falta de humanidad.
En 1931, Edmond Hamilton escribe 'El hombre que evolucionó', sobre un científico que crea un dispositivo para acelerar la evolución humana mediante la concentración de rayos cósmicos. En vez de desarrollar un súper melanoma, se vuelve más inteligente, pero también más despiadado, hasta el punto de relativizar toda moral y convertirse en una amenaza. Su ambición le llevará a algo peor que la muerte cuando el abuso de su máquina haga que la evolución dé una vuelta completa y le transforme en una masa protoplásmica.
Como nota curiosa, Joe Schuster y Jerry Siegel jugaron con este tropo antes de inventar a Superman, nada menos que en 1933: 'El reinado del superhombre', inspirado sin duda en la obra de Hamilton, trata sobre un científico, Ernest Smalley, que convierte al mendigo Bill Dunn en un telépata sociópata que aspira a la dominación mundial. El chasco viene cuando el superhombre mate a Smalley y descubra que la fórmula, que ya no puede duplicar, es de efecto temporal.
¿Y qué se dice después de Huxley?
Cuando aquello de transhumanismo ya empieza a sonar a la gente como algo más que un sinónimo erróneo de pastoreo, algunos artistas continúan expresando su preocupación por los límites de la ciencia.
De este modo, e inspirados también por Hamilton, los responsables de la primera iteración de 'Más allá del límite', la de los años 60, concibieron el capítulo 'El sexto dedo' con una nueva vuelta de tuerca: esta vez es el amor, y no la fatalidad, la que rige el destino del protagonista, que después de evolucionar y deshumanizarse, vuelve a la normalidad por lo que siente hacia su esposa.
En esa misma década, la serie 'Star Trek', sobre la que he hablado alguna vez aquí, dedica varios episodios a darle vueltas a los efectos de un salto evolutivo demasiado grande y demasiado pronto. Así, en 'Un lugar jamás visitado por el hombre', la percepción extrasensorial adquirida por un tripulante de la Enterprise les pone en peligro cuando deja atrás la moralidad y en el capítulo 'Semilla espacial' se revela a Khan Noonien Singh, el villano más carismático de la franquicia, fruto de la manipulación genética y superviviente del último gran enfrentamiento de la humanidad consigo misma, la Guerra Eugénica. Tan carismático es Khan que fue uno de los villanos de ese dislate que es 'Star Trek: En la oscuridad'.
Pero siguiendo con la televisión, la serie 'Futurama' no podía dejar escapar un asunto tan jugoso en El burócrata de seis millones de dólares, episodio en el que Hermes, en su afán por el perfeccionismo, se arriesga a dejar de ser humano al someterse a cada vez más arriesgados implantes.
Llegados a la actualidad es de obligada mención lo que 'Black Mirror' está explorando de forma constante. Hay quien acusa a la serie de ludita, esto es, de tener un pensamiento constantemente pesimista acerca de la tecnología, pero es que la humanidad es la constante preocupación en la serie de Charlie Brooker. Y en concreto, en todo lo que puede ir mal cuando el ser humano abusa o usa incorrectamente la tecnología, con capítulos que tocan de forma directa nuestro tema, como 'Tu historia completa' o 'San Junipero'.
Como se puede ver a partir de estos ejemplos, hay una constante en la ficción que advierte sobre los posthumanos: que un individuo normal, al verse dotado de un implante o un gran poder, puede decidir convertirse en regente antes que guía, en carcelero antes que cuidador o en máquina antes que humano. Que la evolución lleva su tiempo no sólo para adaptar el cuerpo, también el espíritu y que la ambición puede matar la conciencia.
Superhéroes con tecnoproblemas
Los superhéroes, por supuesto, también han puesto sobre aviso los peligros respecto a los poshumanos. Salvo personajes sin poderes pero particularmente habilidosos y otros de origen místico (como el Doctor Fate o el Doctor Extraño) o mitológico (Wonder Woman), una gran parte de los cruzados son posthumanos cuyos poderes derivan, a propósito o de manera accidental, de la ciencia.
Sin embargo, habrá que esperar hasta los años 70 para que empiece a cuestionarse, dentro de las editoriales más poderosas, el propio arquetipo de superhéroe. En dicha década se populariza el antihéroe y el uso de tropos más pesimistas respecto a la ciencia, pero si quieres un ejemplo concreto, nadie mejor que Luther Manning, alias Deathlok.
Creado en Marvel por Doug Moench y Rick Buckler, este personaje mitad hombre mitad máquina lucha constantemente por mantener su humanidad, en la mayoría de ocasiones pese a contradecir a la inteligencia artificial que acompaña a sus implantes. En una historia de Spider-man (¡no-premio para quien lo acierte!), pese a que su carne se está quemando y le duele, su IA le recomienda desactivar el dolor, a lo que se niega porque es una de las pocas cosas que le recuerdan su humanidad.
Por si fuera poco, su fusión con la tecnología le ha hecho susceptible de más de un pirateo: recuerda, tanto si eres ciborg como si sólo te dedicas a navegar por Internet, usa un buen antivirus y mantén activado el cortafuegos.
Incluso héroes hechos y derechos han tenido que enfrentarse a la falta de humanidad derivada del uso locuelo de la ciencia. Iron Man es uno de los más destacados porque, vaya, tanto su origen como su idiosincrasia están ligados de manera muy íntima con la tecnología, y no es raro verle enfrentado a los tropos que he ido mencionando antes.
¿Que te diga un ejemplo concreto? Muy bien, ¿recuerdas 'Iron Man 3'? Pues su trama está basada en un cómic que explora más y mejor que el filme los límites de la humanidad y la tecnología.
En el arco de 'Extremis', con guión de Warren Ellis y dibujo de Adi Granov, unos ladrones se hacen con unas nanomáquinas que reprograman el cuerpo humano para convertirlo en un superser. El propio Tony Stark, al verse aplastado por su enemigo, se ve obligado a inyectarse lo mismo, aún a riesgo de volverse un monstruo. Atención, destripe: sigue siendo un héroe, derrota al villano y las consecuencias de esta saga colearon durante años hasta ahora, que Tony está en coma y una copia de su conciencia en forma de inteligencia artificial se encarga de sus asuntos. No preguntes.
Como no es plan de agobiaros vamos con los últimos dos ejemplos del mismo guionista. En primer lugar tenemos al Doctor Manhattan, único ser superpoderoso de la obra catedralicia de Alan Moore y Dave Gibbons, 'Watchmen'. Se trata de una entidad que, al lograr poderes más allá de toda comprensión, se vuelve paulatinamente más frío. Tanto, que la actual DC Comics está dándole vueltas para convertirle en el mayor villano que haya tenido su multiverso superheroico.
Y otra vez con el superhombre como eje, que no el superhéroe, Moore construyó en 'Miracleman' una fábula aterradora sobre los peligros del poder absoluto. El clímax ocurre cuando Kid Miracleman, borracho de poder, comete una masacre atroz e inimaginable… pero que en la última entrega guionizada por el de Northampton narra su contrapartida, con los beneficios que pueden derivarse de un superhombre que cuida del mundo.
El Hombre Máquina, ¡una épica de nuestros tiempos!
Ahora que en agosto se cumplirán 100 años del nacimiento de Jack Kirby, el rey del cómic por méritos propios, no está de más recordar que su vuelta a Marvel a finales de los años 70 llevó a la creación de una obra singular tanto por lo que contaba como por su origen.
Hablo del Hombre Máquina, también conocido como androide X-51, un robot con conciencia humana que debutó en la colección que adaptó y amplió '2001, Una odisea en el espacio' por capricho de Kirby.
Su caso es extraordinario porque no se trata de un hombre cuyos implantes tecnológicos le llevan a cuestionar su humanidad, sino de una máquina con conciencia propia en constante lucha con esa humanidad que ha nacido en él y que no sabe muy bien qué hacer con ella.
Puede que la obra más singular del personaje sea 'Tierra X', un futuro terrible e imaginario del Universo Marvel creado por Jim Krueger,** Alex Ross** y John Paul Leon en 1999. En el cómic, X-51 se ve obligado a despojarse de su humanidad no para convertirse en máquina, sino en observador. Intercalados con la ceniza historia, se encuentran diálogos entre Uatu, el Vigilante de la Tierra, y X-51 sobre la necesidad de dejar atrás su personalidad para tomar nota objetivamente de lo que acontece en nuestro planeta.
Una obra a reivindicar porque ha inspirado, o ha sido saqueada sin piedad, en algunos de los grandes eventos que Marvel ha parido en esta década, como 'Pecado Original' o 'Infinito'.
Peligros a veinticuatro fotogramas por segundo
En el cine, no pocas películas han tratado la transición de ser humano normal en posthumano con una mezcla de escepticismo y temor.
Así, en 'Robocop' (1987), una de las maravillas modernas junto a la ópera de Sidney o la pizza estilo Chicago, un agente caído en acto de servicio deviene en robot al servicio del corporativismo y la ley, por ese orden. El tema del tranhumanismo y la consecuente pérdida de humanidad se desarrollan en la primera, con la lucha interna de Murphy, y segunda entregas, con el abandono de escrúpulos del villano. En la tercera salen robots ninja, por lo que se excluye de esta lista pero se incluye en nuestros corazones.
Y ahora que la realidad virtual vuelve a pegar fuerte, no está de más recordar aquella 'El cortador del cesped' (1992), en la que un pobre diablo, de escasa habilidad mental, ve mejoradas sus capacidades gracias a unas Oculus Rift que le transportan a la locura, quién sabe si por el pixelazo.
O ya que hablamos de extrañas expresiones artísticas, está 'Lucy' (2014), en el que una atolondrada joven es obligada a hacer de mula de una extraña droga que, al causarle sobredosis, le transforma en alguien fría y superpoderosa: en Scarlett Johansson, vaya. Su progresivo aumento de la capacidad cerebral le llevará a trascender el plano físico porque drogas, las que ingirió ella o las que tomó el director, quédate con la versión que más te interese.
Y de nuevo Johansson protagonizó este mismo 2017 'Ghost in the Shell', adaptación del manga de Masamune Shirow y que ya fuera trasladada con éxito al anime. En dicho universo se evitan muchos de los lugares comunes mencionados hasta ahora respecto a la ficción sobre transhumanismo: la gente vive con normalidad la aparición de implantes y mejoras sin perder humanidad. La discusión es más parecida a aquella del Hombre Máquina o el William Gibson de 'Neuromante' en particular y 'La trilogía del Sprawl' en general: ¿es posible mantener la humanidad en ausencia de cuerpo o que una máquina adquiera conciencia propia y sea… humana?
Con Japón terminamos este apartado, porque el ciberpunk nacido en aquel país es sucio y pesimista. Aunque seguro que os suena porque en Xataka os detallé qué tenía de especial.
Los videojuegos, nuevo apostol de los peligros del transhumanismo
Por último, los videojuegos también han explorado las consecuencias de lo que un posthumano desatado puede hacer.
Como los fans de Hideo Kojima serían capaces de dejarme cosas muy desagradables en el buzón si no lo menciono primero, la saga 'Metal Gear' ha escrutado el tema desde todos los ángulos posibles. Alteración genética, implantes, nanotecnología e incluso hackeo mental han sido protagonistas de las distintas iteraciones de la saga, así como sus riesgos: así, los villanos son sujetos sometidos a mejoras que han volatilizado su escala de valores, con consecuencias que van desde el terrorismo al borde de una nueva guerra mundial, y las manipulaciones llegan a afectar a los propios protagonistas, tanto física como mentalmente.
Aún más pesimista es la saga 'Bioshock', donde el sueño de la utopía sobre la que se construyeron Rapture y Columbia, ciudades en las que se ambientan las tres entregas de la saga, se convierte en una pesadilla. Aunque claro, ¿cómo no se va a ir al garete un sistema que permite la creación de espantosas modificaciones genéticas que permiten, como poco, incinerar al enemigo?
En el punto intermedio, entre la distopía y cierta esperanza en el ser humano, se encuentran títulos como 'Deus Ex' o 'Crysis'. Respecto al primero, su última entrega normaliza los implantes como hiciera 'Ghost in the Shell', pero le busca la vuelta al hacer que la locura de los posthumanos no surja de las mejoras, sino de la medicación antirechazo.
El segundo es aún más curioso porque, ni Crytek tiene la misma fama que Irrational Games en cuanto al cuidado de sus historias, ni se esperaba mucho de un shooter tan apabullante en lo gráfico que se opacan sus otras cualidades. Pero ojo, Crysis está por reivindicar en ciertos círculos rancios del videojuego porque su historia explora, a veces de forma sutil o directamente implícita, esa falta de humanidad por exceso de tecnología, en especial en su tercera entrega.
¡Tú es que no me comprendes!
Vale, ¡buf! Esto ha sido un repaso extenso sobre los peligros de un posthumano, pero a veces este miedo está injustificado. A veces el enemigo no es el sujeto aumentado, sino los prejuicios.
Como en 'Trascendence' (2014), que nos viene que ni pintada aunque sea la peor película, y con diferencia, de todo este artículo. Es torpe, fría y con imágenes que intentan narrar todo con concreción y se quedan en una soberana estupidez, como ese prólogo en el que se usa un ordenador como tope de puerta.
Pero en el fondo, detrás de un Johnny Deep anestesiado y cuestionables decisiones del protagonista como la de “poseer” a aquellos que han disfrutado de mejoras nanotecnológicas, se halla la poderosa idea de que, si no somos capaces de comprender el progreso, se corre el peligro de estancamiento o, peor aún, de retroceso.
Nuevos caminos
¿Hay motivos para la esperanza? ¡Claro! Porque después de todo, estos ejemplos son sólo ficción y en el futuro quién sabe si devienen en fábulas tecnófobas de las que reírse. Hasta el momento, todas y cada una de las preocupaciones que vertebran las ficciones de este artículo se han evitado en su parte más tremebunda.
Claro que se usa la tecnogía con fines como la guerra o el capitalismo desbocado, pero a pie de calle estamos viviendo el futuro a través de prótesis y desarrollos pioneros que permiten a los ciegos ver o a los sordos oír como en el vídeo que encabeza esta parte. Con cuidado, el futuro no pinta nada mal.
Por supuesto, esto no ha sido una lista exhaustiva y estaremos encantados de leer tus aportaciones en los comentarios. De todos modos, no desprecies ninguna de estas lecciones: el próximo posthumano podrías ser tú y no te vendría mal tomar nota si no quieres que te persigan con antorchas.
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Imagen | Bohman
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La noticia Todo lo que el transhumanismo en la ficción nos enseñó que podía salir mal fue publicada originalmente en Xataka por Adrián Álvarez .
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