El clásico entre los clásicos de las ferias del libro –la de Madrid, Bilbao, Frankfurt o Buenos Aires, no importa cuál– son las firmas de autor. El escritor se sienta en un cubículo para esperar paciente a que los lectores hagan fila ante él y le pongan delante un ejemplar sobre el que estampar su rúbrica. Puede incluso que una dedicatoria, aunque eso ya depende de cómo de generoso se sienta ese día el literato.
Desde hace años, sin embargo, las firmas de libros son cada vez menos firmas de libros. Los bolis y cuadernos empiezan a ser algo secundario en el ritual –una especie de atrezo, un mero trámite, un residuo heredado del pasado-. Bics y Moleskines también escasean entre los fans que se amontonan en los aeropuertos a la caza del futbolista o la cantante venerados. Ya ni en la alfombra roja se ve a forofos dándose codazos para tender un rotulador a la actriz de moda y marcharse a casa con su nombre garabateado en un póster.
Los fans ya no quieren autógrafos. O al menos no son su objetivo predilecto. Lo que persiguen ahora son selfies, tomarse una foto rápida con la celebrity de turno y colgarla en Facebook o Instagram para que amigos, familia, vecinos, compañeros de oficina o incluso desconocidos sean testigos de ese instante fugaz durante el que han ascendido al Olimpo de las celebridades y compartido encuadre con una de sus estrellas.
Salvo en las ferias literarias, donde quizás en deferencia a la palabra escrita sigue respetándose el trámite de la firma –aunque lo que en realidad quiera el fan sea extender el palo selfie que lleva en la mochila y fotografiarse con el escritor-, el autógrafo está caput. Los selfies le han dado el golpe de gracia.
El paso de las Moleskine a los smartphones
El malagueño Fran Falcón es un buen testigo del paso del autógrafo al selfie. Hace “seis o siete años” –cuando las cámaras de los smartphones no eran tan buenas como las de ahora y muchos modelos ni siquiera incorporaban objetivo frontal- Fran empezó a coleccionar firmas de famosos. Desde hace algún tiempo, sin embargo, reconoce que lo que busca son selfies.
“Las fotos las tienes para toda la vida”, explica el joven malagueño, quien recuerda que tomarse una buena instantánea hace apenas un lustro requería algo más que extender el brazo, activar la cámara frontal del móvil y hacer un par de “clicks” en el momento adecuado: “Antes los móviles eran peores, no todos disponían de cámara y luego tenías que pasar las fotos al ordenador. Era fácil perderlas; no como ahora, que puedes conservarlas”.
En su colección Fran suma casi un centenar de firmas –algunas conseguidas por familiares- y cerca de 250 selfies con famosos de todo tipo: actrices, deportistas, cantantes… Entre las instantáneas a las que más cariño le tiene -y de las primeras que logró- destaca una con Manolo Escobar. Su álbum lo completan fotos con Carlos Latre, Chiquito de la Calzada, Fernando Hierro, Arturo Fernández, Luis Piedrahita, Teresa Viejo, Maribel Verdú, Inmanol Arias, Rosa López… Y una larga lista de celebridades, tanto nacionales como internacionales.
Otro selfie del que Fran conserva un recuerdo especial es el que se sacó con el cómico y actor José Mota. “Aunque estaba diluviando lo esperé en la calle durante bastante tiempo. Cuando me vio empapado me dijo ‘tú ere mu tonto’ con su sentido del humor. Años más tarde me lo encontré de nuevo y le pedí que me firmara la foto que me había sacado con él. Cuando le recordé lo de la primera vez que nos vimos me pidió perdón por si me había ofendido, pero yo le expliqué que para nada. Al contrario, me hizo gracia”.
¿Cómo consigue las instantáneas? En Málaga Fran cuida de una persona mayor a la que le encantan los trenes. Con ella se pasa horas y horas en la estación ferroviaria de la ciudad andaluza, ratos que le sirven para “cazar” a las celebrities que se apean del AVE. “No es que sepa de antemano que van a venir, pero cuando coincido con ellas les pido una foto”, comenta. Otra vía a la que también recurre para lograr las preciadas instantáneas es el Festival de Cine de Málaga, que edición tras edición deja un desfile de estrellas en las calles malacitanas.
Parte de su colección es directamente fruto de la casualidad. Una de las celebrities que engruesa el álbum de Fran por los azares del destino es Rupert Grin, el actor que encarna a Ron Weasley en la saga cinematográfica de Harry Potter. El andaluz recuerda cómo vio en las redes que un vecino de la ciudad se había sacado una foto con el intérprete británico. Además de la presencia de Grin en Málaga, lo que más le llamó la atención de aquella instantánea fue la gorra que usaba el actor. Poco después se encontró con esa misma visera en otro punto de la ciudad y no lo dudó. Se acercó al actor que da vida a Weasley, sacó su móvil y se tomó un selfie con él.
Fran no es el único que disfruta coleccionando fotografías con figuras mediáticas. Quizás el caso más conocido en España sea el del también andaluz Mocito Feliz, quien acapara titulares a base salir a la calle a la caza de famosos. El fenómeno de los selfies con celebrities tampoco es –ni mucho menos- exclusivo de Europa.
En 2017 El Comercio se hacía eco del periplo de Joshua Martínez Ramos, un joven mexicano que acumula en su álbum personal instantáneas con algunas de las celebridades más reconocibles de la gran pantalla y los escenarios. “Indie y Alternativo” llegó a publicar más de 40 fotos en las que se ve a Martínez en compañía de Diego Luna, Natalia Lafourcade, Chris Patt o el elenco al completo de la película “Resident Evil: The Final Chapter”.
Aunque si hay un trono del “selfie style” uno de los más firmes candidatos a sentarse en él es Richard Simpkin. Más de dos décadas y media lleva el australiano dedicándose a retratarse con todo tipo de celebridades: Tom Cruise, Lady Gaga, Michael Jackson, Nicole Kidman, La Roca, Al Pacino, Taylor Swift, Sean Connery, el matrimonio Beckham, Tom Hanks… Su álbum no solo refleja los cambios visibles que ha experimentado el rostro de Simpkin a lo largo de 25 años. Es también una crónica histórica, un relato detallado de cómo ha evolucionado lo más florido de la jet set internacional.
Otros, como Robert Van Impe -más conocido por su apodo en las redes: Average Rob-, llevan el concepto del selfie con famosos a otra dimensión. El joven se ha hecho célebre en todo el mundo gracias a su habilidad para modificar fotos de celebrities. Con ayuda del Photoshop y grandes dosis de sentido del humor, Van Impe se “cuela” en todo tipo de fotos para recrear escenas hilarantes.
El reducto de los coleccionistas de autógrafos
Humberto Gomes es el autor del blog “El béisbol es mi vida”, en el que -además de aportar información sobre este deporte y el coleccionismo de piezas vinculadas- incluye también una galería de fotos en las que posa con grandes figuras de la disciplina, como Gustavo Molina, Héctor Sánchez, Frank Mata o Anthony Ortega.
“Comencé con los selfies hace unos seis o siete años, cuando empecé a dedicar más tiempo a mi colección y a asistir a eventos de coleccionistas y juegos de béisbol”, comenta Humberto, que suma ya cerca de un centenar de instantáneas en su archivo.
En su álbum destaca la foto que se tomó con Ivan “Pudge” Rodríguez. Sin embargo Humberto reconoce que su faceta de coleccionista le lleva a decantarse por los autógrafos, que siguen disfrutando de gran demanda entre los aficionados al béisbol. “Siempre trato de estar preparado con alguna tarjeta o pelota cuando voy a algún lugar donde existe esa posibilidad” -anota el joven- “Para estas colecciones los autógrafos son importantes. Los selfies tienen un valor más sentimental, aunque también son como un soporte de esa firma que has conseguido”.
En los circuitos centrados en el coleccionismo los autógrafos todavía se mantendrían como los reyes, muy por delante de los selfies. En la web “Todo Colección” hay más de 14.000 firmas y algunas alcanzan precios elevados en el mercado, sobre todo cuanto más exclusivas e irrepetibles son. Una fotografía de Rodolfo Valentino dedicada a Vicente Blasco Ibáñez llegó a venderse por 2.000 euros y una rúbrica de Marilyn Monroe por 1.250.
“Los más cotizados son los de siempre: Marilyn, Lenon, Elvis… Iconos de hace mucho tiempo, que también son los más falsificados”, comenta Agus Arranz, experto de la web. Desde su experiencia, la afición por recabar firmas en España "está a años luz" de la que se puede encontrar en EE UU. “No creo que los selfies quiten el coleccionismo de firmas de famosos. Eso es solo un recuerdo. Hay mucha gente que se dedica al tema de los autógrafos”, zanja.
Si los expertos tienen claro que a menudo las rúbricas alcanzan más valor en el mercado que las fotos, sobre todo si pertenecen a grandes leyendas -como los Rolling Stones o Clint Eastwood-, ¿por qué los selfies están acabando poco a poco con los autógrafos? Manuel Antonio Broullón, profesor de la Universidad de Sevilla y autor de estudios sobre el papel del autorretrato en la cultura digital, reflexiona sobre las implicaciones del fenómeno.
“Tiene mucho que ver con el cambio cultural y la tecnología, que da acceso a dispositivos cada vez más baratos, pequeños y con un gran potencial”, explica Broullón antes de apuntar otra deriva interesante que delata el fenómeno selfie: el paso de una sociedad “panóptica” -como la reflejada en la novela 1984, de George Orwell- a otra “sinóptica”, en la que son los propios ciudadanos los que se sitúan de forma voluntaria bajo los focos.
Para Broullón hay algunas características comunes que comparten la inmensa mayoría de selfies: imprevisibilidad, oportunidad, espontaneidad, autenticidad… Además, con frecuencia son imágenes que se comparten de forma inmediata en las redes sociales. “Es interesante también la serialidad que tienden a generar. Por ejemplo, los perfiles de Instagram parecen relatar una historia”, comenta.
Una transacción de valores a golpe de "click"
Cuando un fan se acerca a un famoso para sacarse una foto se produce entre ambos -reflexiona el académico de la Universidad de Sevilla- “una transacción” más allá del valor económico. Buen ejemplo es un político en campaña: el votante que se pone a su lado con un palo selfie busca tomarse una foto que pueda compartir luego en Facebook, quizás con la vaga idea de empaparse de la notoriedad que emana su compañero de encuadre. La foto sin embargo también aporta algo al político: reafirma su notoriedad y su peso como personaje público.
Desde el Departamento de Comunicación Audiovisual y Publicidad de la universidad hispalense, la profesora María del Mar Rubio-Hernández recuerda que el interés de la humanidad por recoger imágenes y retratarse a sí misma se remonta muy atrás en el tiempo. El boom de las TIC habría permitido “democratizar” lo que hasta no hace mucho era un privilegio exclusivo de las capas sociales más poderosas.
El desarrollo tecnológico, el éxito que han alcanzado las redes sociales y la floreciente “cultura del yo” ayudan también a entender el triunfo de los selfies. Pero... ¿Qué ocurre cuando alguien incluye además a un famoso en la imagen? “Es una prueba veraz de que esa vivencia, ese encuentro, ha existido”, abunda Rubio-Hernández. Al igual que Broullón, la profesora indica que en ocasiones este tipo de fotos ofrecen una vía de “autopromoción” a las celebrities. Sin embargo, no es extraño que en su intento por lograr una buena instantánea los fans crucen ciertos límites.
Una de las principales diferencias entre un autógrafo convencional y un selfie es que para conseguir el primero resulta imprescindible que el famoso colabore. Debe sostener el boli, el poster, cromo, camiseta, libro… y firmarlo. Con la foto ocurre todo lo contrario: puede sacarse sin que la celebrity haya dado su consentimiento o incluso sin que se entere siquiera de que la están retratando. Llega con tener el móvil a mano y presionar el obturador en el momento adecuado.
Justin Bieber ya se ha quejado de la frecuencia con la que la gente invade su intimidad en la calle para sacarse selfies con él. Otro caso conocido es el de la actriz estadounidense Amy Schuemer. “Este tío acaba de darme un susto de muerte. Ha puesto su cámara de fotos en mi cara y aunque le he pedido que no lo hiciera, me ha contestado ‘esto es América y te pagamos por ello’”, denunció la cómica en su perfil de Instagram en 2016. Acto seguido -y para desesperación de sus seguidores-, Schuemer anunció que no volvería a sacarse más fotos espontáneas con admiradores.
Rubio-Hérnandez apunta que ese celo por compartir selfies con celebridades puede interpretarse en cierto modo como “una forma de autoproyectarse y autodefinirse”. “Está ligado a un contexto tecnológico, pero también a una cultura que facilita centrarse en el yo”, señala.
El fenómeno no es nuevo. Como recuerda la profesora de la Universidad de Sevilla, en 2013 el Diccionario Oxford ya escogió selfie como palabra del año. No mucho después -en marzo de 2014- llegaría quizás el autorretrato más famoso de la década, con permiso del que se había tomado años antes el mono Naruto: el que protagonizó Ellen de Generes durante la Gala de los Oscar. En aquella ocasión todos los que miraban a la cámara -incluido quien saca la foto- eran celebrities.
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La noticia Los "selfies" firman el acta de defunción de los autógrafos fue publicada originalmente en Xataka por Carlos Prego .
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