El procesador es uno de los componentes más importante de cualquier PC, y aunque la evolución de este componente no es ya tan notable como el que por ejemplo están sufriendo las GPUs de las tarjetas gráficas, su impacto en el rendimiento final de nuestro equipo en todo tipo de escenarios es absoluto.
Es por ello que hemos querido hacer un análisis de dos de los procesadores más avanzados de Intel en los últimos tiempos. Por un lado, el Intel Core i7-8086K. Por otro, el Intel Core i9-9900K. Cada uno tiene sus virtudes y algún que otro defecto, pero en ambos casos lo que queda claro es que con este tipo de propuestas tendréis buenos candidatos para disfrutar y trabajar sin ningún tipo de problema.
Intel Core i7-8086K, un merecido homenaje a la historia de Intel
El Intel Core i7-8086K apareció hace unos meses como claro homenaje: el pasado 8 de junio de 2018 se cumplían 40 años de la aparición del mítico Intel 8086, el microprocesador con el que debutaba la microarquitectura x86 original.
El Core i7-8086K es una especie de Core i7-8700K supervitaminado. Comparte la mayoría de especificaciones con él (6 núcleos, 12 hilos de ejecución, 95 W de TDP, 12 MB de caché nivel 3, 24 EUs en su GPU), y se diferencia en un apartado: su frecuencia base es 4 GHz (y no 3,7 GHz), y con el Turbo puede llegar a los 5 GHz gracias a que son básicamente Core i7-8700K "seleccionados" ("binned", en inglés) como los mejores para poder funcionar a mejores frecuencias.
Ese aunmento de frecuencia, eso sí, solo se produce solo en un núcleo: el resto de ellos funcionan a menores frecuencias para que el TDP se mantenga por debajo de los 95 W, como sucede en el Core i7-8700K. Salvo por ese primer núcleo, el resto funcionan por encima de la frecuencia nominal, pero no llegan a los 5 GHz.
Es importante señalar esa diferencia puesto que la subida de precio es llamativa (416 euros del 8700K frente a los 499 del Core i7-8086K en PC Componentes, por ejemplo), y además solo se han fabricado 50.000 unidades del 8086K para situarlo como una edición limitada.
La cosa cambia si vais a hacer overclocking en el procesador, porque dado que es una edición algo mejorada de sus "hermanos pequeños" están capacitados para soportar este tipo de operación con mejores garantías de éxito. Es por ejemplo posible hacer funcionar todos los cores a 5 GHz sin problemas ajustando tan solo el multiplicador de la CPU. Con un Core i7-8700K también es factible, pero las posibilidades de que acabemos con un sistema inestable son bastante mayores.
No hay tampoco una revolución en el terreno del overclocking ya que Intel no ha realizado en este micro cambios en su pasta térmica. Para los usuarios expertos capaces de hacer un "delidding" —qyutar el difusor térmico integrado (IHS) las opciones aquí se abren, pero para la gran mayoría de usuarios este procedimiento es demasiado complejo, lo que hace que las posibilidades de overclocking se reduzcan. Aún así, en este micro dicha opción es una de sus grandes bazas, como veremos en las pruebas.
Intel Core i9-9900K y la barrera de los 5 GHz
Más ambicioso aún es el Intel Core i9-9900K, el primer micro de escritorio perteneciente a una familia que nace con el objetivo de convertirse en esa "gama súper alta" de procesadores en los que entre otras cosas se conserva soporte para el Hyper Threading, la tecnología que ahora dice adiós en el resto de familias Intel Core.
No es una buena noticia para quienes aprovechaban esa opción en CPUs algo más modestas, pero lo cierto es que en Intel han puesto toda la carne en el asador con el Core i9-9900K, un micro con ocho núcleos y 16 hilos de ejecución.
Todos esos núcleos funcionan de forma nativa a una frecuencia de 3,6 GHz, pero en Intel presumen de un modo Turbo con el que el Core i9-9900K puede llegar a los 5 GHz, esa barrera que parecía infranqueable salvo haciendo overclocking.
Esa frecuencia se alcanza solo en dos de los núcleos cuando se activa ese modo Turbo —se hace automáticamente, según la carga del sistema— pero es posible "jugar" con esos límites gracias a esa "K" del final del nombre de este microprocesador que deja claro que es candidato perfecto al overclocking.
Este modelo está fabricado en el nodo de fabricación de 14 nanómetros (14++, es la segunda iteración de este proceso) y pertenece a esa familia "Coffee Lake Refresh" que se presentó recientemente y que se completaba en aquel lanzamiento con el Core i7-9700K y el Core i5-9600K.
Como en el caso anterior Intel ha aprovechado el Socket 1151, y en este nuevo proceso de fabricación Intel ha logrado aumentar el llamado Transistor Gate Pitch, que es el espacio entre puertas para los transistores —no confundir con la distancia entre ellos— y que según Intel permite un 26% más de rendimiento a la misma potencia. En AnandTech tienen por ejemplo un excelente repaso de esta nueva familia de Intel si queréis más detalles.
Nuestras pruebas
Para evaluar el rendimiento de estos procesadores, que han sido cedidos por Intel, hemos tenido la oportunidad de contar con un equipo de pruebas con los siguientes componentes:
- Placa base: ASUS RoG Maximus XI (cedida por ASUS)
- Memoria: 32 GB DDR4 de memoria Corsair Dominator Platinum (cedido por Corsair)
- Almacenamiento: SSD Intel 160 GB + HDD Samsung HD501LJ 500 GB
- Ventilador: Nox Hummer H-120
- Fuente de alimentación: Corsair TX 850M (cedida por Corsair)
- Tarjeta gráfica: NVIDIA GeForce RTX 2080 Ti Founder's Edition (cedida por NVIDIA)
La placa base es uno de los puntos destacables de este banco de pruebas, ya que se trata de un modelo especialmente orientado a sacar el máximo partido de las capacidades de overclocking de estos procesadores.
También era importante acompañar estos micros de una memoria que diese margen de maniobra —los dos módulos de 16 GB de Corsair dan mucha alegría en este sentido— y de una gráfica fantástica como la RTX 2080 Ti, la más potente de todo el mercado en la actualidad.
Nos encontramos por tanto ante una configuración preparada para exprimir estos micros notablemente, aunque en el ámbito de la refrigeración por ejemplo es recomendable dar el salto a soluciones de refrigeración líquida para poder hacer overclocking con garantías.
En el equipo hemos contado con una instalación de Windows 10 Pro con la actualización de abril de 2018 (Build 1809), y además hemos querido comparar esos resultados con los que tuvimos al analizar la RTX 2080Ti hace unas semanas, ya que en aquella ocasión contábamos con una configuración hardware algo más modesta que puede servir como una referencia útil también: un Core i5-8400 junto a 16 GB de memoria RAM.
Primer round: rendimiento nativo
A la hora de evaluar el rendimiento de estos microprocesadores hemos querido enfrentarlos a distintos tipos de pruebas, aunque lógicamente entre ellas había varias dedicadas al sector en el que cobran protagonismo: el mundo de los videojuegos. Iremos desgranando los resultados en cada una de las pruebas:
Empezamos con PCMark, que domina con claridad el Core i9-9900K. Esa es la tendencia de toda la comparativa en pruebas sintéticas de carácter general en las que el trabajo depende de la CPU, porque esos 8 núcleos dan algo más de margen de maniobra que los 6 núcleos del Core i7-8086K.
En World of Tanks vemos como esos ocho núcleos son especialmente llamativos a menores resoluciones. A menor resolución, más fotogramas generados, algo que hace que la CPU tenga que trabajar más para ajustarse a esa exigente escena, y es ahí donde la gráfica es algo menos importante y la CPU se convierte en el cuello de botella. Como se ve en la imagen, las diferencias son cada vez menos relevantes cuando subimos de resolución, debido a que el trabajo "importante" lo hace la GPU.
En Cinebench volvemos a comprobar cómo el Core i9-9900K se distancia de sus rivales de una forma muy notable sobre todo en el test que más pone a trabajar la CPU. Curiosamente la diferencia no es tan notable entre el Core i7 y el Core i5, algo que demuestra que un procesador algo más modesto (y bastante más barato) es muy interesante para quienes no necesiten lo más de lo más.
Si empezamos a condicionar el equipo para que dé relevancia a las tareas gráficas, nos encontramos con esas pruebas de 3DMark (Fire Strike Extreme y Ice Storm Extreme) en las que ciertamente se pone a prueba a la GPU, pero en las que también interviene el procesador: la diferencia entre el Core i9-9900K y el Core i7-8086K es de un 9% aproximadamente, una cifra sensible.
Empezamos con las pruebas gráficas en juegos. En Dirt Rally usamos el nivel de detalle Ultra para todas las pruebas, y como puede verse es en la resolución 1440p en la que curiosamente se aprecian más las diferencias entre los tres microprocesadores. Incluso el Core i5-8400 ofrece tasas de fotogramas notables gracias a esa RTX 2080 Ti que empieza a mostrar sus poderes, pero está claro que el procesador ayuda (y mucho) en ciertos escenarios.
En The Divison, una vez más con el máximo nivel de detalle, seleccionamos el modo DirectX 12 para comprobar ese rendimiento. Aquí las diferencias no on especialmente llamativas y de hecho se produce una pequeña anomalía en el modo 1440p en el que el Core i7-8086K gana la partida ligeramente. Las diferencias no obstante no son tan notables entre primero y último, y este juego demuestra depender mucho más de la GPU que de la CPU.
Con Shadow of the Tomb Raider volvemos a optar por el máximo nivel de detalle gráfico y el modo DirectX 12, y salvo en la menor resolución volvemos a comprobar como buena parte del trabajo está en la RTX 2080 Ti: el procesador no influye apenas salvo en las resoluciones 1080p, aunque quien se haga con una gráfica como la de nuestras pruebas probablemente juegue a mayores resoluciones.
Con Battlefield 1 elegimos el modo DirectX 11 para lograr mejores tasas de fotogramas por segundo, pero el nivel de detalle estaba ajustado a Ultra. Aquí no hay modo benchmark como en otros juegos, así que realizamos una pequeña secuencia de 1 minuto en el modo historia para analizar el rendimiento con la herramienta OCAT. El procesador sí importa en este juego, como podéis comprobar en las imágenes, y la diferencia entre el Core i7-8086K y el i7-9900K no es demasiado evidente salvo en la resolución 1080p (Full HD).
Con el Battlefield V tampoco hay modos especializados para evaluar el rendimiento, así que repetimos la secuencia de nuestras recientes pruebas tras el parche publicado por EA/Dice y los últimos controladores de NVIDIA. Con el modo RTX activado en bajo (para no imponer mucha más carga a la gráfica) y DX12 el resultado demuestra que este es otro título en el que la gráfica importa más que el procesador: no hay apenas diferencias entre ellos.
Por último tenemos a Final Fantasy XV y una prueba que sobre todo sirve para demostrar que la tecnología DLSS presente en la familia RTX de NVIDIA es muy útil para obtener mejores tasas de FPS. Aquí hay un empate técnico entre nuestros dos protagonistas, que eso sí, se comportan mucho mejor que el Core i5-8400 en este sentido.
Es interesante comprobar cómo tanto en estas pruebas como en las que vienen a continuación se produce esa relevancia notable del procesador en resoluciones más modestas y la CPU ya no parece importar tanto si jugamos a 1440p o 4K. La razón es como decimos esa mayor cadencia de fotogramas que la CPU debe procesar a resoluciones más bajas, y que entre otras cosas también implica a los motores de inteligencia artificial y de física que ponen a prueba esa capacidad de proceso de estas CPUs.
Segundo round: overclocking
Quisimos además aprovechar las posibilidades que ofrecen estos procesadores en el ámbito del overclocking, aunque nuestro NOX Hummer H120 no sea una opción ideal para estas tareas: si vais a hacer overclocking en estos micros lo mejor es contar con soluciones más ambiciosas e incluso la opción de la refrigeración líquida parece especialmente idónea ya que estamos manejando presupuestos elevados.
Aquí es destacable la capacidad de la placa base de ASUS en estas tareas. La Maximus XI Extreme cuenta con todo lo necesario para que los aficionados al overclocking saquen el máximo partido a este tipo de operaciones, y es especialmente destacable la tecnología AI Overclocking, un sistema que "aprende" de cómo se comporta nuestro PC para ir ajustando ciertos parámetros de manera automática de forma que los componentes no queden dañados.
También hay perfiles preestablecidos para disfrutar de overclocking de forma rápida y sin problemas, pero a partir de ahí el menú "Extreme Tweaker" permite acceder a un gran número de parámetros que permiten forzar procesador o memoria de forma muy precisa. Nosotros realizamos tan solo un pequeño acercamiento a esta parte del análisis, y nos limitamos a situar la frecuencia máxima de todos los núcleos de ambos procesadores en 4,9 GHz.
Es en este punto en el que nos dimos cuenta de que mientras que el Core i7-8086K se comportó de forma totalmente estable, el Core i9-9900K nos dio algún que otro problema: las temperaturas generadas por este procesador son más elevadas, y nuestro sistema de refrigeración es realmente modesto para este tipo de ámbitos.
Es de suponer que quien invierta en estas CPUs dedique también cierto presupuesto a un buen sistema de refrigeración que de hecho sería recomendable que fuese de refrigeración líquida si esos procesos de overclocking quieren ser llevados a un nivel algo más ambicioso.
Como he mencionado, en nuestras pruebas fuimos más modestos, pero aún así quedó patente que estos dos microprocesadores son especialmente llamativos en este ámbito, y de hecho esta es probablemente una de sus características más atractivas si los juegos y aplicaciones aprovechan esa característica. Veamos los resultados:
El impacto de forzar la CPU en benchmarks como el de Final Fantasy X no influye apenas en el rendimiento salvo en el Core i7-8086K cuando tenemos activado TAA. Curiosamente ese impacto no se nota en el 9900K, pero lo que está claro es que cuando la tecnología DLSS entra en acción es la gráfica la que hace todo el trabajo.
Con World of Tanks empezamos a notar el valor de este tipo de operaciones: a resoluciones bajas —y es algo que se repite continuamente— forzar la CPU da muchas alegrías, aunque si jugamos a mayor resolución esa mejora no es apenas apreciable.
Con 3DMark, una prueba eminentemente destinada a poner a trabajar la GPU y no la CPU, el resultado es el esperable: hacer overclocking es poco útil, aunque sí que hay cierta mejora (de nuevo sobre todo en el Core i7-8086K) en el test Ice Storm Extreme.
Cuando cambian las tornas y queremos ejecutar un test sintético que pone a prueba el procesador la cosa cambia: en Cinebench la ganancia es muy notable y de hecho forzar la CPU puede poner en problemas el sistema de refrigeración. Es lo que nos ocurrió con el Core i9-9900K, que no se mantenía estable en esta prueba al hacer overclocking.
En The Division parece claro que el procesador no es tan relevante y que el motor del juego pone mucho más a prueba la capacidad de la GPU: hacer overclocking de la CPU no tiene efecto alguno en el rendimiento del juego.
Donde se ve claramente la ventaja de hacer overclocking es en juegos como Dirt Rally en los que las tasas de fotograma son mucho mejores en las CPUs a las que les hemos hecho overclocking. La mejora es mayor, como siempre, a menores resoluciones.
Ocurre algo parecido con Shadow of the Tomb Raider aunque sea en menor medida. En el modo 1080p logramos sacar un 10% más de rendimiento en el Core i7-8086K, pero a mayores resoluciones no hay beneficio alguno.
Intel Core i7-8086K e Intel Core i9-9900K, la opinión de Xataka
Estamos sin duda ante dos de los procesadores de escritorio más ambiciosos de la historia de Intel, y aquí las ventajas se ven desde que comienzan las pruebas en las que aplicaciones y juegos sacan provecho de un mayor IPC y de mayor paralelismo.
Es en esos ámbitos en los que estos micros sacan pecho y presumen de un rendimiento fantástico. Lo hacen además de forma llamativa en sus opciones de overclocking, una tarea que los fabricantes de placas han facilitado mucho en los últimos tiempos y que dan acceso a usuarios sin que sea necesario poseer demasiados conocimientos al respecto.
Con los Core i7-8086K y los Core i9-9900K nos encontramos, eso sí, con un obstáculo fundamental: su precio. Ambos modelos son especialmente caros (unos 500 euros el primero si logramos encontrarlo, 600 euros el segundo), pero es que a esos precios hay que sumarles el ventilador o sistema de refrigeración que elijamos y que debería ser también de gama alta para darnos margen de maniobra a la hora de realizar tareas de overclocking.
Esa inversión sin duda tendrá su recompensa para usuarios que busquen el máximo rendimiento y quienes quieren "rascar" unos preciosos fotogramas por segundo en ciertos juegos o unos segundos en ciertas aplicaciones.
Para muchos otros usuarios hay alternativas con mejor relación calidad/precio: puede que con ellas no obtengamos tales prestaciones, pero lo mejor de todo es que afortunadamente tenemos buenas opciones tanto si buscamos el máximo rendimiento como si somos menos ambiciosos en ese ámbito.
Los procesadores de Intel han sido cedidos para las pruebas por parte de Intel. La placa base ha sido cedida por parte de ASUS. La memoria y la fuente de alimentación han sido cedidos por Corsair. La tarjeta gráfica ha sido cedida por parte de NVIDIA. Puedes consultar nuestra política de relaciones con empresas.
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La noticia Intel Core i7-8086K y Core i9-9900K, análisis: dos bestias del proceso que dan manga ancha a los overclockers fue publicada originalmente en Xataka por Javier Pastor .
via Xataka http://bit.ly/2Fj6Rku
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