Uno de los productos que más nos llamaron la atención en el CES 2020 fue el cabezal de ducha con Alexa fabricado por Kohler. La idea es sencilla: es un cabezal con altavoz, micrófono, Alexa y certificación IPX7 al que pedirle que nos ponga música, las noticias o compré champú. Todo muy futurista, hasta que te paras a pensar en que estás metiendo en el baño un dispositivo conectado a Amazon y que, sin darte cuenta, puedes estar generando datos relacionados con tu consumo.
El debate, por lo tanto, está servido. Y es que se plantea una pregunta importante: qué pesa más, ¿la privacidad del usuario o la comodidad de tener una ducha conectada? Llevándolo a un plano más general, ¿estamos dispuestos a conectar todo nuestro hogar y acceder a ciertas comodidades si eso supone que los datos que generamos se usen para intentar vendernos otros productos?
Es una pregunta abierta, sin duda, así que hemos invitado a César Muela y Jose García, editores en Xataka, para que nos cuenten su punto de vista. César se posiciona en contra, mientras que José, el que escribe estas líneas, está a favor. Sobra decir que los comentarios quedan a vuestra entera disposición para que opinéis y argumentéis vuestra postura. Dicho esto, vamos a ello.
Alexa en la ducha: sí o no
César Muela: en contra
Lo que me preocupa de este tema es que hay una mezcla de inocencia e ignorancia en algo tan crítico como nuestra privacidad. Es cierto que el concepto puede ser diferente para según quién y ahí entran las teorías de las esferas de la privacidad, lo que nos importaría compartir y lo que no de nuestra vida íntima. Puede que haya gente a la que no le importe compartir su ubicación en todo momento con una aplicación, o que tu supermercado favorito te haga ofertas a cambio de saber exactamente todo lo que compras. Igual que también hay quien puede preferir que su vida privada sea un departamento estanco y sin fugas, con todo lo que supondría respecto a uso de redes sociales o hábitos de consumo. Es una decisión personal de cada uno.
El problema viene cuando estás tomando decisiones sin saberlo, o cuando haces algo con implicaciones que desconoces. ¿Dejarías pasar a tu casa a alguien extraño? Independientemente de tu respuesta, es posible que ya lo hayas hecho. ¿Recuerdas esa bombilla o cafetera inteligente de una empresa que no te sonaba pero compraste porque estaba casi regalada? Cada vez que uses alguno de estos dispositivos, estás generando datos y patrones de consumo para esas empresas. Y no me refiero a “hay un micrófono conectado a Internet espiándote”.
Hasta ahora, los fabricantes no sabían bien cómo usábamos los electrodomésticos o cómo consumimos dentro de nuestras casas. Con la transición al “todo smart” está claro que hay una serie de ventajas (es muy cómodo poder encender o apagar la luz con un comando de voz), pero también inconvenientes. El principal: la información es poder, y en el caso de los fabricantes, oportunidad de negocio. Hemos abierto una ventana más para que puedan intentar vendernos cosas.
“¡Qué exagerado! Si es solo una alcachofa conectada, y además le puedo pedir que me ponga las noticias, música o que apunte una idea genial que he tenido. Es super útil”, podemos pensar. Claro, pero también el aparato sabrá cuándo te duchas, cuánto tiempo tardas, a qué temperatura, en qué medio te gusta informarte, si te interesan más los deportes o un reality show, si quieres ir al cine pronto, si escuchas más pop o trap, o incluso si se te está acabando el jabón.
Extrapolemos todo eso a cada cosa que hagamos dentro de casa. Cada taza de café, cada cosa que vemos en la tele, que cocinamos... Es una cantidad brutal de datos que los fabricantes pueden aprovechar desde para mejorar sus productos o fidelizarnos (con el argumento de “ya sabemos lo que te gusta”) hasta para vender publicidad segmentada. Es relativamente fácil cruzar datos desagregados para generar patrones. “Ha comprado quinoa y se ducha tres veces al día, quizá le interese este libro de fitness o este calzado deportivo”.
Me da la impresión de que estamos en una fase de desconocimiento tan grande que me recuerda a cuando empezábamos a usar las redes sociales. Quizá años más tarde nos arrepintamos de esas fotos que subimos. O de haber comprado esa alcachofa inteligente.
Jose García: a favor
Desde mi punto de vista, que Alexa llegue a la ducha es solo un paso más en lo que nos espera de cara a la casa conectada. Creo que no queda demasiado para que todos los elementos del hogar estén conectados, y ya hemos empezando a ver este avance: bombillas, altavoces, lavadoras, frigoríficos... la alcachofa de ducha es, simple y llanamente, un elemento más.
A título personal, considero que es bastante útil tener una alcachofa conectada porque tiene varios usos. Yo, por ejemplo, lo usaría para escuchar música, ponerme podcasts o escuchar las noticias. No suelo comprar productos de casa en Amazon, pero oye, poder decirle a Alexa que me pida un bote de champú y papel higiénico me parece un puntazo.
Ahora bien, entiendo el tema de la privacidad y que pueda generar cierta controversia. Pero también es cierto que, al menos yo, no suelo tener conversaciones transcendentales en el baño. Como mucho, el micrófono de la ducha me oiría cantar, pero ya ves tú, lástima por la persona que revise mis audios para mejorar el reconocimiento de voz. Igualmente, la alcachofa de ducha no siempre está conectada, sino que hay que ponerle el altavoz manualmente, así que, igual que se pone, se puede quitar.
Llevándolo a un plano más general, creo que todo redunda en poner en una balanza el valor que te aporta tener dispositivos conectados y las implicaciones que ello puede tener para tu privacidad. No es un secreto que los datos son la moneda de cambio del siglo XXI, y del usuario dependerá decidir cuánto está dispuesto a ceder a cambio de un servicio. A mí me merece la pena porque valoro la sencillez de hacerlo todo con la voz, pero entiendo que haya usuarios a los que no.
Eso no quiere decir que no esté de acuerdo en que los términos y condiciones de uso deberían ser más amigables para el usuario, al igual que opino que las compañías deberían ser más transparentes al explicar cómo y cuánto se usan los datos que generamos.
Dicho esto, no querer conectar dispositivos es ponerle vallas al campo. Tarde o temprano, todos los dispositivos estarán conectados de una forma u otra, ya sea de manera autónoma o usando un hub central (como podría ser el móvil o un altavoz). Es cuestión de tiempo que hasta la cafetera nos permita comprar nuestro café favorito y que la taza nos avise cuando el café se esté enfriando.
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La noticia Alexa en la ducha, ¿sí o no?: la lucha entre privacidad y comodidad fue publicada originalmente en Xataka por Jose García .
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