Pokémon Go es el tema del momento. Eso está claro. Con todas las pegas que queramos ponerle, es un éxito sin precedentes a nivel técnico, cultural y económico. Pero revisando lo que hemos publicado en los distintos medios del grupo tengo la sensación de que no hemos sido del todo críticos. Quizás nos ha podido el entusiasmo y hemos olvidado los puntos negativos.
Llevamos más de cuarenta años escuchando avisos sobre los peligros de los videojuegos que nunca han llegado a hacerse realidad
Quiero decir, en los videojuegos normales la violencia que vemos está localizada más allá de la pantalla, pero con Pokémon Go las personas pasan a jugar en el mundo real. Me da miedo pensar qué vendrá después si seguimos alentado esta tendencia. Podría ser de lo más gore. En vez de enriquecer la mente de los más pequeños, le enseñan a los niños es a disfrutar de infligirle torturas a otros animales y personas.
Nos hemos vuelto locos
Vale, reconozco que he hecho algo de trampa. En realidad, este último párrafo no es mío. He parafraseado unas declaraciones que el psicólogo Gerald Driessen realizó en el New York Times en 1976 por el lanzamiento de Death Race. Y ese no ha sido el único caso de pánico moral por los videojuegos. Ni será el último. Hoy en una de las grandes cadenas nacionales (a partir del minuto 75), sin ir más lejos, el psiquiatra José Cabrera, jaleado por la mesa de contertulios, ha dicho cosas como "la tontería no tiene edad" y ha insinuado que los jugadores de Pokémon Go tenían un bajo CI.
Y no es solo de la televisión, El País nos alertaba de los peligros de "juegos tan inmersivos como estos" que hacen aumentar "la posibilidad de ser arrollados por un coche"; ABC nos avisaba de "la posible adicción que puede causar el juego"; y Oliver Stone, en la ComicCon de San Diego (donde anda promocionando su última película sobre Snowden), ha dicho que Pokemon Go es "un nuevo nivel de invasión" en la vida personal y un claro ejemplo de "capitalismo de vigilancia".
Pero no ahora
Pese a que nos gusta pensar que la curiosidad es un rasgo netamente humano, lo cierto es que a toda innovación tecnológica le ha seguido una reacción anti-tecnológica. Por ejemplo, hoy consideramos al tren uno de los medios de transporte más seguro que existen, pero en 1835 la Academia de Medicina de Lyon dejó claro que:
El paso excesivamente rápido de un clima a otro producirá un efecto mortal sobre las vías respiratorias. El movimiento de trepidación suscitará enfermedades nerviosas, mientras que la rápida sucesión de imágenes provocará inflamaciones de retina. El polvo y el humo ocasionarán bronquitis. Además, el temor a los peligros mantendrá a los viajeros del ferrocarril en una ansiedad perpetua que será el origen de enfermedades cerebrales. Para una mujer embarazada , el viaje puede comportarle un aborto prematuro.
Lancet, una de las revistas médicas más prestigiosas del mundo, volvió al tema en 1862. Y hubo médicos que siguieron diciéndolo mientras alguien estuvo dispuesto a escuchar. Podríamos buscar muchos otros ejemplos (qué pena que no tengamos testimonios de la introducción de la agricultura), pero la idea es permanente: las novedades son recibidas con pasión y entusiasmo por unos, y con miedo y alarmismo con otros.
¿Por qué nos pasa esto?
Hay cierto discurso social que sostiene que estamos 'perdiendo la capacidad de apreciar las cosas importantes', que la juventud se pervierte y que, en algún aspecto o en otro, siempre existe un tiempo pasado que fue mejor.
No es que estemos dejando de apreciar las cosas importantes, es que las cosas importantes cambian. Y más vale que nos acostumbremos
Nos cuesta darnos cuenta de que no es que dejemos de disfrutar de las cosas importantes, es que las cosas que nos importan van cambiando. Los intereses, inquietudes y valores de un molinero del siglo XII o de un gobernante arma en el Malí del siglo XVII son radicalmente distintos a los nuestros. Pero es que en el mismo seno de nuestra sociedad, las diferencias culturales también son muy distintas.
La tecnofobia es solo una de las formas que adopta el miedo y la incertidumbre. Como hemos hablado en otras ocasiones, nuestra estabilidad psicológica y social se basa en que la gente "haga lo que tiene que hacer"; aunque solo tengamos ideas superficiales y prejuiciosas sobre que es lo que se suponen que esa gente tiene que hacer.
Comprensible, que no justificable
Para muchos, el hecho de que miles de personas hagan cosas que ellos considera raro es una causa de estrés y ansiedad. Es normal, así ha pasado desde (casi) siempre. Los cambios sociales son traumáticos y más aún si tenemos en cuenta que aquí, por novedad y falta de investigación, aún no hemos llegado a un equilibrio entre el ludismo (la tecnofobia) y el 'golemismo' (o tecnoentusiasmo).
El futuro de los próximos cincuenta años tiene más que ver con los que hoy juega a Pokemon Go en los parques que con los que se ríen de ellos en los platós de televisión
Pero eso no quiere decir que la avalancha de mofas, burlas y chanzas esté justificada. Si la preocupación es por los protagonistas, todo parece indicar que la solución no pasa por bombardear a las nuevas generaciones con mensajes moralistas, sino darle herramientas analíticas y técnicas para que decidan qué cosas son importante para ellos.
Si la preocupación como algunos pretenden es por el mundo en qué vivimos, basta con recordar que, nos guste más o menos, esta es la realidad. El futuro de los próximos cincuenta años tiene más que ver con los que hoy juega a Pokemon Go en los parques que con los que se ríen de ellos en los platós de televisión.
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La noticia Pokémon Go y el fin de la civilización occidental: incompresión, tecnofobia y cambio social fue publicada originalmente en Xataka por Javier Jiménez .
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