Los videojuegos son uno de los medios audiovisuales masculinos por excelencia. Tradicionalmente consumidos por hombres y producidos por y para hombres, los reyes del ocio interactivo han aglutinado todos los tópicos sexistas que hacen esta sociedad digital mucho más fea. Los procesos creativos del videojuego no se libran de desigualdades, y muchas profesionales han sufrido acosos y abusos en todas sus variantes desde que sus nombres forman parte del panorama cultural. Las profundas raíces de este trato dispar llegan al último eslabón de la cadena, hasta el mismo acto de coger un mando y jugar.
Historias sobre jugadoras que sufren discriminaciones por su sexo recorren los recovecos de Internet a diario, desde los episodios de rechazo en las ferias de videojuegos hasta ligas de e-Sports en las que directamente prohíben a las mujeres unirse a sus filas. Hemos querido bucear en el abismo de los juegos online y, durante una semana, hemos abierto bien ojos y oídos en los chats de una amplia lista de videojuegos, algunos de ellos famosos por sus hostilidades y otros aparentemente inofensivos. Esto es lo que ha pasado.
El volcán
Es bien conocido por todos los jugadores que los géneros MOBA y MMO son mucho más propensos a la hostilidad general. Los MOBA, como Dota 2 o League of Legends, se libran en un escenario cerrado y generalmente pequeño, con objetivos que varían de un título a otro, pero siempre se mueven en un terreno muy competitivo; los MMO, como World of Warcraft, implican mucha gente en un escenario muy amplio y vivo, que evoluciona independientemente de si un jugador va o viene y que se basa en la colaboración. Este tipo de juegos que trabajan con el concepto de “duelo” son competitivos como cualquier deporte: una mezcla de orgullo, autoafirmación personal y poder dentro de una comunidad. Los usuarios tóxicos tienen aquí su fuente de maná. pun intended
El exceso de horas con Warcraft 3 en mi adolescencia me sirve para atacar Dota 2 y League of Legends como una jugadora mediocre, pero con conocimientos suficientes para manejarme sin dar demasiado el cante entre los “profesionales”. Tras unas cuantas partidas de prueba contra bots, busco una batalla online a la que unirme, pero me surge una problemática inicial que, posiblemente, un hombre nunca se haya planteado: ¿debería mostrar mi nombre real o uno neutro? ¿Debería mantener mi avatar de siempre o debería cambiarlo por uno menos asociable a mi género? Me meto en harina y empiezo a jugar como “Laura” con una imagen de Catwoman.
Durante las primeras horas de experimento, me caen algunos “noob” y unas cuantas invitaciones desesperadas a que abandone la partida y el juego. A lo largo de los días surgen las órdenes: ataca, cúrate, vete de ahí, compra algo. En las partidas no coincido (o al menos aparentemente) con ninguna mujer, pero sí juego con usuarios de niveles iniciales, como el mío, a los que en ningún momento se dirigen en los chats escritos.
Cuantas más horas de juego, más insultos recolecto: zorra, hija de puta, estúpida. El cuarto día de juego intensivo me topo con unos compañeros de equipo que se dirigen a mí como “brujita”, un apelativo cariñoso para mi Death Prophet que dudo hubieran usado ante un nick masculino, así que, hago la prueba y cambio a un nick neutral, “Azul Corrosivo”. Esta última es una de mis peores partidas, muero un buen puñado de veces y no recibo ni un solo comentario iracundo, solo el gg (good game) de turno.
En League of Legends también se ponen bastante nerviosos con mi falta de práctica, así que les pido que se calmen y les digo que hago lo que puedo, que soy nueva. Veo que, tanto con nick femenino o neutro/masculino, la ira es más que habitual en este tipo de juegos, pero la hostilidad resulta mucho más acusada y constante si una mujer forma parte del equipo, y especialmente si está aprendiendo a jugar. Me queda claro que los novatos no son bienvenidos, pero las novatas parecen directamente un insulto a la comunidad.
También me encuentro con gente muy maja esa semana; personas normales que quieren pasárselo bien en ese rato de desconexión. Unos jugadores me dan consejos, otros me felicitan como a cualquier otro usuario por las buenas partidas y algunos novatos empatizan conmigo y comparten sus experiencias, pero es el menor de los casos en estas comunidades.
“Buen tío” vs. “White Knight”
Minecraft, el juego que tiene merchandising hasta en el VIPS, cuenta con millones de servidores, muchos de ellos temáticos. Como Katniss Everdeen ha hecho mucha mella en mí, uno de los días me uno al server de Los juegos del hambre arco en mano. Es un caos y no duro ni un minuto en la cornucopia, pero encuentro aliados y planeamos una estrategia en la más pura normalidad, sin géneros ni apreciaciones relacionadas con ellos. Más tarde, acabo en un server muy solitario llamado Lost Boys, en una ciudad muy oscurilla donde no para de llover (cuadrado), y en cuanto me uno a la partida, un usuario me da la bienvenida y se interesa por mí.
En una vuelta de tuerca del “Nice Guy” a veces se asoma el caballero andante que suele pensar en las mujeres como seres superiores a los que hay que salvar. Un “Mario rescata a Peach” que puede acabar convirtiéndose en lo que formulaba Braid: es la princesa la que huye del “héroe”. El síndrome del White Knight es muy habitual en sectores en los que la mujer ha estado tradicionalmente menos presente o su figura es más difícil de encontrar, como es el caso del tecnológico. Periodistas tecnológicas, “geek chics”, blogueras o youtubers suelen arrastrar una buena legión de “palmeros” que las idealizan, endiosan, adoran y defienden sin importar lo que hagan.
Dentro de un juego (recuerdos de Archlord, Destiny…) esto se traduce en realizar todas las misiones por ti, cederte todas las recompensas o, en general, recibir un trato preferente. Resulta especialmente curioso en los RPG, donde hacen falta muchas horas para conseguir buen equipo y stats, y los aventajados aprovechan para colmarte de regalos. Estas actitudes, supuestamente halagadoras, confunden el respeto genuino con la caballerosidad más aprovechada y manipuladora, y compruebo que siguen vigentes.
Sweet voice!
En Evolve y GTA V aprovecho el chat de voz de los online. Escribo con normalidad en los chats y, de vez en cuando, comento las jugadas por el micrófono. La primera reacción en Evolve surge en la pantalla de carga del Modo Caza, donde un compañero me dice que tengo una voz muy dulce (¿gracias?). En este tipo de juegos soy más experta y el rol de aprendiz ya no es una excusa para insultarme. En una segunda partida con compañeros diferentes salgo al terreno como médico y, al finalizar esa jugada breve, me piden que me una a su clan. No estoy muy segura de que el ofrecimiento tenga que ver exclusivamente con el hecho de que me hayan visto jugar decentemente esos pocos minutos. Declino la oferta amablemente: “I don’t play that much, sorry!”.
Meanwhile, en las partidas al margen de la ley de GTA V, recorro las calles de Los Ángeles matando a cualquiera y robando coches que en la vida real nunca podré pagarme. Lo normal. De repente, alguien pone una recompensa sobre mi cabellera pelirroja. Si mis compañeros de juego me atrapan, se llevan 9.000 dólares para seguir delinquiendo. Salgo como una bala en mi Chevrolet, esquivando matones y blasfemando en el micrófono. En el Modo Libre me encuentro muy buen rollo, y mis compañeros se unen a la euforia de la misión. Hablamos de dónde somos, y uno de ellos, inglés, me dice que le encanta España y que estuvo el año pasado en Málaga. En los modos clásicos tipo deathmatch y en los atracos no pillo a casi nadie usando el micrófono.
Si eres guapa...
Los juegos de tiros también suelen liberar mucha agresividad. Exploro varios servidores del modo Conquista de Battlefield 4, el más popular, y en el alemán, el inglés y el portugués (sin chiste) mantenemos una comunicación normal. Después de unas horas, me uno a un server español, muy organizado y con sus propias reglas internas (no usar lanzacohetes sobre infantería, no atacar desde la base…). Nos quejamos de la asquerosa precisión de los tanques y, después de un rato de cooperación en la que me sentía muy integrada, decido preguntarles si suelen encontrarse con muchas chicas en su server; me dicen que no es habitual. Unos segundos después, parece que le he recordado a alguien mi condición femenina:
El machismo tiene muchas manifestaciones, y no tienen porqué ser violentas. Algunas son benevolentes y condescendientes, mucho más difíciles de atajar y combatir, ya que los que las ejercen no son capaces de ver el problema. La supuesta galantería y los “que es broma, mujer, que no aguantas nada” se camuflan bastante bien bajo la careta del bromista bonachón, pero la causa de este trato es mucho más profunda.
Una versión parecida me toca vivir en Counter-Strike esa noche. En Battlefield tuve el privilegio de atraer a un chico que, si a él le interesaba, a lo mejor hasta me visitaba; en Counter-Strike: Global Offensive tengo, además, el privilegio de agregar a otro. Estoy tan nerviosa que no sé qué vestío ponerme. No puedo más que dar las gracias por semejantes honores.
No acepto su petición de amistad.
Esto se llama “pistola”
La siguiente anécdota surge en Team Fortress 2, un FPS con puntos de estrategia y mucho juego en equipo gratuito en Steam. Me uno a la primera opción del cooperativo, la de la escolta de los raíles, con el equipo rojo. En los minutos de preparación les saludo y digo que es la primera vez que juego. El primer comentario que recibo es el de un compañero que se coloca frente a mí y me pregunta si sé usar un teclado. Ni siquiera me da tiempo a probar la pistola.
En Counter, de nuevo, mis compañeros del server español barajan la posibilidad de que yo sea un hombre y bromean con ello. Sienten que determinada forma de hablar y de comportarme dentro del juego no parece propia de una mujer. La idea de que es un mundo de hombres no termina de desaparecer. “Pero de buen rollo, tranquila, que es bromita.”
Lo que corroboro con esta semana de juego online intensivo es que el problema al que nos enfrentamos es una cuestión social, no de la comunidad de turno. Los usuarios canalizan agresividades a través de este tipo de juegos, pero su ira se enraiza a problemas más profundos que comparte toda la sociedad. Es cierto que los insultos están a la orden del día, sin importar el sexo del jugador, pero resulta evidente que una jugadora recibe un rechazo mucho más frontal, generalmente asociado directamente a su género, que demuestra esa brecha.
El mundo del online es tan aleatorio como el día, la hora y el momento exacto en el que decidas jugar. Se puede encontrar un acoso constante o un ambiente amable, pero hay algunas conductas que parecen no descansar para las mujeres. Esta lotería tiene más papeletas con un nick, un avatar o una voz femenina; los ataques directos parecen normales en las comunidades más competitivas, y la discriminación positiva o las dudas sobre la identidad asoman la patita en tan solo unas horas de juego. Una semana parece poco tiempo para analizar la hostilidad de un medio tan complejo, pero si he recogido tantos ejemplos de conductas reprochables en ese periodo, ¿qué no sufrirá una jugadora habitual de estos servers?
Al final, la vida virtual parece un reflejo bastante nítido de nuestros recovecos más oscuros, y las actitudes intolerantes se agravan con el anonimato y la sensación de impunidad que produce Internet. Todo vale. Sorprendentemente, en varias de las desigualdades que me he encontrado esta semana, otros miembros del equipo han sabido reconocer la situación (“sois unos babosos”, “normal que no jueguen más chicas”, “deja de lloriquear”), y ese es el sabor de boca con el que quiero quedarme. Hay cabezas sanas ahí fuera que pueden ayudar a cambiar las cosas.
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La noticia Una semana jugando online siendo mujer fue publicada originalmente en Xataka por Laura Gómez .
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